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martes, 8 de febrero de 2011

El Ángel de la Muerte.



La nocturnidad ha llegado por fin. Es mi momento. El tortuoso sol ya ha muerto y ahora es cuando realmente comienza  el día. 

Las calles se disipan, todos duermen creyéndose a salvo bajo sus cálidas sábanas. Ignoro el frío que se empeña en castigar mi piel. Respiro la niebla profundamente, y abro los ojos más que nunca. Mi mirada centellea tenebrosamente a la luz de la Luna. Hoy, la negra noche se teñirá de carmín por mis crímenes.

No soy invisible, pero sé cómo hacer que no me vean. Soy cruel, despiadada y sanguinaria,  lo sé. Pero no puedo ni quiero contener mis deseos de muerte.

Nací para decidir sobre la vida y la muerte. Para arrebatar el aliento a aquellos que desee, y sentir como su corazón finalmente se consume ante mí.
Disfruto al ver como se apagan en mis brazos, abandonándome su débil cuerpo que es incapaz de combatir contra mí. Sus almas huyen del horror para vagar sin rumbo eternamente.
Camino entre las sombras, con la mirada fija, y mi pálido rostro impertérrito. Guiada por mis instintos, me dirijo una vez más a destruir una mísera vida desafortunada.

***

Oh, humano desgraciado. Mal día elegiste para perderte. Ya no te perderás jamás, nunca volverás a hacer nada. Eres mío.

Él me mira resignado. ¿Realmente ha adivinado su fatal destino? Que intuitivo…
Ni siquiera se malgasta en correr, me espera bajo la farola que acaba de fundirse.  Le sonrío y llego hasta él. Más joven de lo que creía, pero sigue siendo perfecto. Siento que su valentía empieza a flaquear, sus ojos le delatan. Pero ya es demasiado tarde. 

En un instante, le abrazo con elegancia por la espalda y le llevo al bosque, entre los árboles, mudos testigos. Aturdido, intenta correr por primera vez. Le dejo ir. Él mira hacia atrás desconcertado, sin detenerse. Vuelve sus ojos al frente, yo ya estoy allí. 

Grita de terror. Sigue gritando, sus gritos me alimentan.
Atravieso su corazón con una daga y le abrazo de nuevo. Intenta apartarme torpemente.
Ssssh…, susurro en su oído. Sabes que no puedes luchar por tu vida. No puedes quedarte con algo que no es tuyo…

Siento su agónico jadeo en mi cuello, hasta que dejo de oír su latido. Deshago mi abrazo y cae como un muñeco. Aún me mira. Me inclino sobre él y devoro su esperanza con un beso. Ya lo ha perdido todo. Pero la conciencia no me atormenta. Al fin y al cabo, ya estaba muerto antes de mi llegada. Simplemente me esperaba, como todos aquellos a los que desvanezco cada noche. Los humanos son débiles, son estúpidos. Dejan que sus sentimientos les martiricen hasta que dejan de quererse a ellos mismos. Yo les oigo suplicar en silencio que les alivie. Ese es mi cometido y esa es mi carga.



Y tú, querido, que lees tan relajadamente... ¿Quieres ser el siguiente?

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