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miércoles, 8 de febrero de 2012

El beso.


Hiela y arde. 
El deseo y la pasión recorriendo salvajemente mis venas.
Un descontrol indómito que me araña y me acaricia después, bajo mi piel.
Un ansia y adicción ardientes desembocan en mis gélidos labios para derretirse.
Es deliciosa y placentera. 
Tu saliva infiltrada que anhelo sin remedio,
me desmorona y me alienta al mismo tiempo.
Intoxicada por tus besos. Sí, tus besos. 
La satisfacción más exquisita.
Son mi mayor tentación, la que me hace terriblemente vulnerable y mucho más humana. 
Quisiera darte más que todo y todo. 
La Luna y los sueños.
Arrancaría mis emociones fuera de mí, envueltas en un intenso halo de amor profundo y sincero.
Todo merece la pena y nada es excesivo.
Por tu amor, tus besos y tu mirada.
Eres inevitable, irresistible, como una dulce y tóxica droga. 
Pero no dudaría en dar mi vida por envenenarme de ti.
Tal vez sea peligroso y egoísta. 
Pero no reprimiré más este sentimiento, esta ambición.
No eres un capricho, eres una razón; la razón. 
Por la que palpito y respiro; mi estímulo. 
Un colorido impulso de adrenalina.
Eres la viveza, la calidez y el brillo que necesitaba para desatarme.
Y aunque me dirija la adoración que profeso hacia ti, ahora al menos tengo un rumbo.
Déjame alcanzarte para rozar tus labios una vez más, 
antes de que la noche se consuma.
Enamorémonos de nuevo entre caricias, para fundirnos en un beso voraz.
Porque a un beso aspiro, por un beso espero, y por tu beso... muero.

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