El vacío que ha dejado tu ausencia es frio como el hielo.
Se refleja como un molde que oprime mi corazón y lo empequeñece.
Es una oquedad aparentemente frívola pero que puede crecer y expandirse tanto,
que ya no pueda ni existir.
El colchón se resiste a volver a su forma original,
esperando que de nuevo tu cuerpo ocupe la cavidad que dejo dibujada.
Las sábanas se retuercen y me enrollo entre ellas
intentando contaminarme de tu perpetua esencia.
Mientras, las paredes preguntan por ti.
La luz tiene miedo de colarse entre la persiana y me quedo a oscuras,
sola con mis pensamientos.
Ebria de lágrimas y risas sin sentido,
comienzo a bailar sola deslizando mis pies descalzos por un suelo apático.
El volúmen de la música es cada vez más elevado en mi cabeza.
Salto sin parar, bailo, lloro, río y corro, esperando a que amanezca.
Entonces este fugaz momento de absurda felicidad termina al sonar la puerta.
El Sol vuelve a cotillear curioso y sonríe al percatarse.
Tus manos envuelven de nuevo mi cintura
y se mueven al compás de la música que te he contagiado.
El tiempo no avanza si bailas con fantasmas.
Te necesito para no bailar sola.
Para que el tiempo sea tiempo y pueda vivirlo con alguien.
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